Queridos amigos lectores hoy quiero
compartir con ustedes unos párrafos del catecismo de la Iglesia Católica sobre
el misterio de la muerte.
Un misterio que no logramos comprender
plenamente con nuestra razón y que lo experimentamos con profundo dolor.
Jesús le da un sentido a la muerte y
alivia nuestro dolor con la esperanza de la resurrección.
Cristo da un nuevo sentido a la muerte
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana
tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una
ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto
con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la
muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya
sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si
morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con
Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor:
“Para mí es mejor morir en Cristo Jesús
que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por
nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima
...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre” (San
Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la muerte Dios llama al hombre
hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo
semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1,
23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor
hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
“Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay
en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al
Padre" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).”
“Yo quiero ver a Dios y para verlo es
necesario morir” (Santa Teresa de Jesús)
“Yo no muero, entro en la vida” (Santa
Teresa del Niño Jesús).
1012 La visión cristiana de la muerte (cf.
1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos
una mansión eterna en el cielo. (MR, Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la
peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que
Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para
decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra
vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está
establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay
"reencarnación" después de la
muerte.
Morir
en Cristo
1005 Para resucitar con Cristo, es
necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a
morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23)
que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día
de la resurrección de los muertos.
1007 La muerte es el final de la vida
terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual
cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final
aparece la muerte como terminación normal de la vida.
Este aspecto de la muerte da urgencia a
nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos
pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término
nuestra vida.
1009 La muerte fue transformada por
Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la
condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34;
Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad
del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en
bendición (cf. Rom 5, 19-21).
Esperanza
en la Resurrección
988 El Credo cristiano –profesión de
nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora,
salvadora y santificadora– culmina en la proclamación de la resurrección de los
muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo
esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre
los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el
último día (cf. Jn 6, 39-40).
Como la suya, nuestra resurrección será obra
de la Santísima Trinidad:
Si el Espíritu de Aquél que resucitó a
Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó a Jesús de
entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en vosotros (Rom 8, 11; cf. 1Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3,
10-11).
990 El término "carne" designa
al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5;
Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la
muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros
"cuerpos mortales" (Rom 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los
muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana.
"La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos
cristianos por creer en ella" (Tertuliano, res. 1.1):
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros
que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco
Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana
también vuestra fe... ¡Pero no!
Cristo resucitó de entre los muertos como
primicias de los que durmieron (1 Co
15, 12-14. 20).
995
Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22;
cf. 4, 33), "haber comido y bebido con El después de su Resurrección de
entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección
está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros
resucitaremos como El, con El, por El.
996
Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones
y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe
cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne"
(San Agustín, psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la
muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo
creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?
997 ¿Qué es resucitar? En la muerte,
separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción,
mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su
cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros
cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la
Resurrección de Jesús.
Resucitados
con Cristo
1002 Si es verdad que Cristo nos
resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que
nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo,
la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte
y en la Resurrección de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él
también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de
entre los muertos... Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2, 12; 3,
1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los
creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado
(cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece escondida con Cristo en Dios"
(Col 3, 3) "Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con
Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros
pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día
también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).
Oracion por los Difuntos
¡Oh Dios! Nuestro Creador y Redentor, con tu poder Cristo conquistó la muerte y volvió a Ti glorioso.
Que todos tus hijos que nos han precedido en la fe participen de su victoria y disfruten para siempre de la visión de tu gloria donde Cristo vive y reina contigo y el Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Dales, Señor, el descanso eterno.
Brille para ellos la luz perpetua.
Descansen en paz.
Amén.
María, Madre de Dios, y Madre de misericordia, ruega por nosotros y por todos los que han muerto en el regazo del Señor.
Amén.
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