viernes, 31 de octubre de 2025

Misioneros todos: Un viaje por el mundo digital


Hace unos meses un amigo que participó en Roma del Jubileo de los Evangelizadores Digitales me trajo de regalo un libro escrito por el fraile menor Fabio Nardelli titulado “Misioneros todos: Un viaje por el mundo digital” donde en su prólogo señala “La misión digital no es una moda ni una estrategia, sino una expresión concreta y contemporánea del impulso misionero que acompaña a la Iglesia desde sus orígenes”.

En este trabajo, editado por el Dicasterio para la Comunicación del Vaticano, se reafirma que la misión es constitutiva de nuestra identidad y, por lo tanto, tarea compartida por todos los bautizados. La misión no es para un puñado de especialistas, la misión es una vocación común que nos involucra a todos.

Los ambientes digitales hoy, son tierra de misión, son tierra habitada por personas que requieren de una Iglesia cercana, samaritana y maternal. No se trata solo de crear contenidos religiosos sino de encarnar a Cristo a través de experiencias que abracen las heridas y brinden esperanza. Por eso, como bien lo expresa Nardelli: evangelizar en el mundo digital no es un acto técnico, sino que es un acto profundamente espiritual y relacional.

En este sentido, recuerdo cuando Antonio Spadaro S.J en su reflexión sobre la misión digital durante el Jubileo de los Misioneros digitales decía que cada uno debería preguntarse “¿Cómo puedo convertirme en presencia real en este mundo que respira a través de una pantalla? Y la respuesta nunca será técnica. Siempre será espiritual”.

El llamado a reparar las redes que nos hace el Papa León XIV nos interpela a poner el amor en juego, es al amor que al tocar nuestra vida nos transforma, nos repara, para salir a reparar a otros. Dios nos misericordea primero y nos enseña a ser misericordiosos con los demás. Para que todos se sientan amados por el y parte valiosa de la familia que es la Iglesia.

Con quienes nos encontramos en el mundo digital no son algoritmos, son almas y junto a ellas está nuestra misión más profunda dando prioridad a los procesos de escucha y acompañamiento. Anunciar la buena noticia y procurar encarnar la vivencia de Cristo en el encuentro que abraza más allá de las pantallas. Como lo menciona Nardelli la misión es compartir el Evangelio y comunicar la amistad con Cristo y no hay nada más bello que encontrarlo y regalarlo a todos.

¡Qué hermosa misión! Vivamos este llamado con un corazón ardiente y agradecido. Ser discípulos en esta tierra que hoy necesita ser sembrada con semillas de esperanza es una tarea que nos requiere compromiso y amor. Pidamos a María que esta vocación nos encuentre disponibles, creativos y apasionados para poder entregarnos sin mezquindades a la misión.

Amén

María Claudia Enríquez @clauchitaaaa

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sábado, 25 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP



Lecturas del día:
libro de Eclesiástico 35,12-14.16-18. Salmo 34(33),2-3.17-18.19.23. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18.

Evangelio según San Lucas 18,9-14.

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".

Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP.

Andar en verdad, andar con Dios

Dice Santa Teresa de Ávila que la humildad es “andar en verdad”. Esto es: conocerse a sí mismo y aceptar tanto lo bueno como lo mano, a fin de llevar una vida ajustada a la realidad de lo que somos. Precisamente el Evangelio de este domingo trata de este “andar en verdad” como condición para poder entrar en relación con Dios.

Como ocurre habitualmente en el Evangelio, Jesús adapta su enseñanza a la situación y al público que tiene delante. San Lucas pone en contexto las palabras del Señor en el Evangelio de este Domingo al declarar: “refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás.” Esta actitud a la que se refiere el Señor es por lo tanto la clave de lectura: creerse santo y considerar que los demás son pecadores. Se trata de la soberbia que, precisamente, es lo contrario de la humildad.

A través de la parábola Jesús presenta estas ideas encarnadas en dos personajes que, aunque no sean figuras históricas, representan muy bien las actitudes o modos de presentarse frente a Dios comunes en su época, y, probablemente, lo siguen siendo hoy.

El fariseo es un hombre soberbio, considera que frente a Dios debe acusar a sus hermanos (de ladrones, injustos, adúlteros) y presentar sus obras que no solo considera buenas, sino incluso que van más allá de la exigido por la ley (ayuna más veces, paga más impuestos). El publicano, por el contrario, reconoce su realidad sin compararse con nadie, con gestos de humildad (se mantiene a distancia, sin levantar los ojos, golpea su pecho), y pide misericordia a Dios.

Ahora bien, uno podría pensar que la diferencia entre ambos está simplemente en la actitud que tienen frente a Dios, manifestada en sus gestos, y en el contenido de su oración, expresado por sus palabras. Sin embargo, hay algo más de fondo aquí que nos habla de la naturaleza misma de la oración a Dios.

Si rezar es en definitiva elevar el corazón a Dios, y no simplemente decir algunas oraciones, entonces el fariseo, aun cuando se trasladó hasta el templo, ni siquiera ha comenzado a rezar. En su soberbia ha confundido el lugar material donde se realiza el culto con el hecho de estar en presencia de Dios. En cambio, para el publicano el templo es la ocasión donde experimentar en la verdad de su corazón la misma presencia de Dios y su perdón.

Dicho en otras palabras, el publicano jamás rezó, su soberbia y satisfacción consigo mismo jamás le permitieron abrirse a Dios, por el contrario, ha quedado atrapado en sí mismo. En cambio, la humildad y el reconocimiento de su realidad permiten al publicano no solo salir de sí mismo, sino el encuentro con Dios e incluso el perdón de sus pecados.

El Señor nos habla hoy a nosotros a través de esta misma parábola, para recordarnos cómo debemos rezar. Los peligros de la soberbia y de la satisfacción desordenada con la propia vida son un obstáculo para tener el corazón en Dios. Necesitamos conocernos y aceptar lúcidamente donde estamos en este momento de la vida, a fin de reconocer con esperanza la necesidad que tenemos de Dios. Pidamos al Señor que nos dé un corazón humilde como el del publicano, capaz de andar en verdad, para poder alcanzarlo y andar en su presencia allí donde fuera que estemos.


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sábado, 18 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB


Lecturas del día: Libro del Éxodo 17,8-13. Salmo 121(120),1-2.3-4.5-6.7-8. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 3,14-17.4,1-2.

Evangelio según San Lucas 18,1-8.

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

Homilía por el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos regala una parábola muy humana, que nos ayuda a repensar nuestra oración de cada día. Nos presenta la historia de un juez y una viuda.

El juez es un hombre duro, indiferente. No teme a Dios ni le importan los demás. Solo se mueve por cansancio, por interés, o simplemente porque quiere cumplir con la ley a secas. Podemos decir que representa esas estructuras frías que a veces parecen no escuchar el clamor de los pequeños, de los últimos, de los olvidados.

Y está la viuda. En Israel, una mujer sin marido quedaba muy sola: sin derechos, sin herencia, sin protección. Era símbolo de los pobres, de los que no tienen a quién acudir. Pero esta mujer no se resigna. Va una y otra vez ante el juez, insistiendo: “Hazme justicia”. Jesús pone su mirada en esa insistencia, en esa fe que no baja los brazos. Con su ejemplo, la viuda nos enseña lo que es rezar: no rendirse, confiar, insistir con el corazón.

Dios no es como el juez injusto. Él siempre escucha. A veces puede parecernos que tarda, pero su justicia llega. Lo que nos pide es fe: una fe que no se cansa, una fe que espera incluso cuando parece que nada cambia.

La parábola habla, sobre todo, de la oración de quienes claman por justicia. En el mundo hay tantas personas desamparadas que elevan su voz al cielo: pobres, perseguidos, migrantes, enfermos, víctimas del abandono… Podemos hacer nuestra la oración del salmo de este domingo, confiando sus vidas a Dios: “El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha. De día no te dañará el sol, ni la luna de noche.”

Jesús termina con una pregunta que atraviesa el corazón: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” Podríamos traducirlo así: ¿encontrará corazones que sigan confiando, orando, creyendo que el bien vence al mal?

Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor el don de la perseverancia en nuestra vida de oración. Que no nos cansemos de rezar, incluso cuando parece que no hay respuesta. Porque la oración no cambia solo las cosas: también nos cambia a nosotros, ablanda el corazón, nos vuelve más pacientes, más fraternos, más disponibles para amar. Francisco nos decía: “La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo más profundo de nuestra persona y llega, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia que es más que una necesidad, más que una necesidad: es un camino. La oración es la voz de un "yo" que va a tientas, que procede a tientas, en busca de un "tú". El encuentro entre el "yo" y el "tú" no se puede hacer con calculadoras: es un encuentro humano y muchas veces procedemos a tientas para encontrar el "tú" que mi "yo" está buscando”.

Y en este día en que damos gracias por las madres, recordemos a Santa Mónica, que rezó sin desanimarse por su hijo Agustín, hasta verlo convertido en santo y pastor. Que ella nos enseñe a confiar, a esperar, a orar con fe sencilla y perseverante, sabiendo que Dios nunca deja sin fruto una lágrima ni una oración.


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jueves, 16 de octubre de 2025

Octubre el mes de las misiones

¿Sabías que la Iglesia dedica una devoción particular a cada mes? Es decir, por cada mes del año se nos ofrece un propósito diferente para rezar, reflexionar y poder profundizar algún aspecto de nuestra fe con el objetivo de santificar el año. Octubre se dedica a las misiones y al rosario.

Hay mucho material disponible en Internet sobre este tema, pero en esta ocasión quiero compartir con ustedes uno de los documentos fundamentales relacionados con la misión: el Decreto “Ad Gentes” del Concilio Vaticano II.

Es un documento muy profundo en su totalidad, vale la pena leerlo despacio y a conciencia. Fruto del Concilio Vaticano II, este decreto tiene el objetivo de establecer los principios de la actividad misionera y ordenar los esfuerzos de toda la Iglesia para difundir el Reino de Cristo por el mundo. Por lo tanto, una de las primeras cosas que nos dice es que la misión no es una ocurrencia del obispo o del párroco, sino del mismísimo Dios-Padre, él toma la iniciativa de buscarnos, es quien nos “primereó” en la misión, enviando a su Hijo al mundo, y a través de Jesús al Espíritu Santo, con el deseo de que el hombre participe de la vida divina.

En consecuencia, podemos decir que toda la Iglesia es misionera por naturaleza, y sí asumimos que el concepto de Iglesia va más allá de las estructuras y edificaciones, entonces vos, yo, y todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros, a llevar la Palabra de Dios, que es Jesús mismo, a todos los rincones del planeta. A “todos, todos, todos” diría nuestro querido Francisco.

Otro aspecto importante que se incluye en este documento es la distinción de algunos términos que nos plantean un interesante debate: quienes son los destinatarios de la misión. Ahora sólo tenemos la intención de darte a conocer los aspectos fundamentales de este importante decreto. (Te recomendamos e invitamos a que si te interesa conocer a fondo este tema nos lo hagas saber a través de nuestras redes sociales).

Los destinatarios de la misión, en el sentido estricto, son aquellas personas que no conocen a Cristo. En otras palabras, se refiere a aquellos hombres y mujeres que aún no han escuchado la Buena Noticia y, por tanto, no han tenido la oportunidad de responder con fe al llamado de Dios. Es a ellos a quienes, con urgencia y amor, se dirige prioritariamente la acción misionera de la Iglesia.

Sin embargo, el decreto Ad Gentes también señala que la misión no se agota allí. En la actualidad estamos en un mundo cada vez más globalizado, pero también más secularizado, donde muchas personas han sido bautizadas, pero viven alejadas de la fe o la desconocen profundamente, se hace necesaria una nueva evangelización. Por eso, el documento invita a renovar nuestro compromiso y a discernir constantemente cómo ser testigos auténticos del Evangelio en nuestras realidades cotidianas. Se nos invitaba a transmitir un experiencia cercana y misionera de nuestro encuentro con Cristo Vivo.

La misión, entonces, no es solo para quienes cruzan océanos o van a tierras lejanas. La misión comienza en casa, en nuestras familias, barrios, trabajos, parroquias y comunidades. Se trata de vivir con coherencia, con alegría y valentía el mensaje de Jesús, siendo puentes de encuentro, misericordia y esperanza.

En este mes misionero, desde Vivamos Juntos la Fe, te invitamos a que te tomes un momento para reflexionar:

¿Cómo estás viviendo tu vocación misionera? ¿Qué gestos concretos podés hacer para llevar a otros el amor de Dios? Quizá sea compartir una palabra de aliento, rezar por los que no conocen a Jesús, colaborar con alguna comunidad misionera, o dar testimonio con tu vida.

Recordá que ser misionero no es una opción para algunos, sino un llamado para todos. Como dice Ad Gentes, “la Iglesia peregrina es, por su naturaleza, misionera”. Y si la Iglesia somos todos, entonces también vos estás llamado a salir, a anunciar, a sembrar.

Que este octubre misionero nos renueve en el entusiasmo de llevar a Cristo a los demás, y que el Espíritu Santo nos impulse a ser discípulos misioneros con corazón ardiente y pies en camino. Te invito a leer este documento sobre la actividad misionera de la Iglesia: Ad Gentes




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domingo, 12 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lectura del día: Segundo Libro de los Reyes 5,14-17. Salmo 98(97),1-4. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Homilía por Fr. Josué González Rivera, OP

“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús “de camino a Jerusalén”, atravesando los confines entre Galilea y Samaría. No se trata de un detalle geográfico sin importancia. Como bien señalan algunos comentaristas, este “camino” tiene un profundo sentido teológico: Jesús avanza hacia su Pascua, hacia la entrega total de su vida por la salvación del mundo. En ese itinerario se manifiesta el corazón de su misión, que no se encierra en un territorio ni en un grupo, sino que se abre a todos, especialmente a quienes viven en los márgenes.

Allí, en los límites donde se mezclan judíos y samaritanos, donde habitan los excluidos y los impuros, Jesús se encuentra con diez leprosos. Ellos no pueden acercarse, pero levantan la voz: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Jesús los escucha y los envía a presentarse ante los sacerdotes. Y, “mientras iban”, quedaron limpios.

La curación se realiza en el camino, en la obediencia confiada a la palabra del Señor. Este detalle es clave: la fe no consiste en ver para creer, sino en ponerse en marcha fiándose de Cristo. Los leprosos se ponen en camino cuando aún están enfermos, y en ese caminar acontece la sanación. Así también sucede con la misión: quien anuncia el Evangelio no lo hace porque todo esté claro o resuelto, sino porque confía en la palabra de Jesús, que sigue sanando en el camino.

Pero la historia no termina ahí. Solo uno de los diez, al verse curado, vuelve para dar gloria a Dios. Regresa alabando al Señor y postrándose ante Jesús, reconociendo en Él la fuente de su salvación. Así se cumple lo que expresa la primera lectura (2 Re 5, 14-17): Naamán, también extranjero y leproso, al ser curado por el profeta Eliseo, no solo recobra la salud, sino que reconoce al Dios vivo y verdadero. La verdadera sanación no se reduce al cuerpo: es la apertura del corazón al encuentro con Dios.

El hombre se postra a los pies de Jesús y le da gracias. Y ese hombre, dice el Evangelio, era samaritano. Los otros nueve —los que pertenecían al “pueblo elegido”— no regresaron. Jesús se admira: “¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. El samaritano, extranjero y excluido, se convierte así en ejemplo de fe y de gratitud. Para él, la palabra final de Jesús no habla ya solo de curación, sino de salvación: “Tu fe te ha salvado”.

En este domingo dedicado a las misiones, el Evangelio nos recuerda que la gratitud es el primer impulso del corazón misionero. Solo quien se sabe sanado y amado puede salir a anunciar la misericordia de Dios. El Evangelio nos invita a mirar el mundo desde los confines, allí donde Jesús sigue pasando. Nos enseña que el primer paso del discípulo misionero es ponerse en camino con fe, y el segundo, volver agradecido para dar testimonio. La gratitud se convierte en envío: quien ha experimentado la salvación de Cristo no puede callar.

Como el samaritano, también nosotros hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios. Que la Palabra de Dios en este domingo reavive en nosotros la fe agradecida y el compromiso misionero, porque la misión comienza en el corazón que reconoce los dones de Dios y sale, con alegría, a compartirlos con todos.


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